En la charla que mantuvo Jesús con Nicodemo, trata el Divino Maestro de aclarar muchos conceptos ante un hombre culto, conocedor de las Escrituras y miembro del Sanedrín judío.
El evangelista Juan dedica el capítulo 3 a este encuentro que se realizó de noche, pues Nicodemo quería esconder ante las autoridades sus simpatías por el profeta de Nazaret.
En estos versículos Jesús declara que sólo Él puede enseñarnos lo que pertenece a Dios y su relación con los seres humanos. El es el Maestro por excelencia.
El no vino a enseñarnos lo que otros pueden, pues se trataría de cosas de la tierra. El vino a hablarnos de lo que únicamente El nos puede revelar, pues para eso ha sido enviado por el Padre.
Esto significa que lo que El habla es la misma Palabra de Dios, de modo que nos pone a todos en la disyuntiva de creer o negar. Y en eso está en juego la salvación o la condenación.
San Pablo resumirá esto en una frase: “Todos ustedes son hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús” (Gálatas 3,26).
De esto nos habla también Juan en el prólogo de su evangelio: “En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios. Ella estaba en el principio con Dios. Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto existe. En ella estaba la vida y la vida era la luz de los hombres, y la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron” (1,1-5).
Es a Nicodemo a quien Jesús revela primero su condición divina. También lo dará a conocer a sus apóstoles y a unos pocos discípulos. No era fácil que la gente de ese tiempo entendiera algo tan elevado. Hasta entonces la revelación insistía en que Dios era Uno. Que se acepte la Trinidad divina sería tarea de los que irían por el mundo predicando la Palabra y bautizando en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Conocer a Jesús es descubrir el maravilloso amor que Dios nos tiene, pues pese a que somos reacios a abrir nuestros corazones, El insiste haciendo que su Hijo tome nuestra propia condición, para que nos hable Alguien con acento humano. Sólo una pequeña parte de la humanidad cree hoy en Jesús. ¿No será que los que recibimos la misión de transmitir su mensaje nos faltó el valor para vivirlo primero?